martes, 18 de noviembre de 2008

[Relato] Tool Haeger, Capítulo 1

Quizás el capítulo sea demasiado corto, pero no me gusta alargarlos demasiado. Me es más fácil escribir ésta cantidad del tirón que ir completando un poco cada vez. Además así puedo actualizar más a menudo. Bueno, espero que os guste.


CAPÍTULO UNO: BIENVENIDO


Recobré el sentido en una extraña habitación. Muy extraña, extrañísima. De hecho hasta ahora ocupaba el primer puesto en mi lista personal de habitaciones extrañas.


Lo primero que captó mi atención fue el techo, color jade y decorado con filigranas y relieves en forma de espiral. Del centro de cada espiral bajaba una cadena distinta, como una prolongación del grabado. No había, al menos a simple vista, ninguna cadena igual en toda la habitación: blanca y luminosa, púrpura y con eslabones espinados, plateada con forma de cremallera... las había para todos los gustos. Desde luego el techo no era muy normal, la habitación se merecía su puesto en mi ranking sólo por esos detalles. Pero no era lo único que llamaba la atención, ni mucho menos. Toda la sala estaba repleta de libros, colgando de estanterías en las paredes, tirados por el suelo, abiertos sobre escritorios repletos de piedras y frascos extraños... Los pocos espacios de pared sin estantería estaban ocupados por una colección de lanzas y flechas a cada cual más rara...


Bueno, y yo clavado a un enorme círculo de piedra por cortesía de una brillante lanza dorada. Decididamente se había ganado el record a pulso, y esperaba que ninguna otra habitación la superase en lo que me quedase de vid... bueno, sabéis a que me refiero.


-”Parece que nuestro invitado ha despertado al fin. No seamos descorteses Gorad, hazlo pasar.”


La voz cortó el aire de la sala como si fuese un filete poco hecho. Era una voz suave, queda pero firme, que parecía venir de detrás de una cortinilla de abalorios y amuletos al otro lado de la sala. La cortina se abrió de golpe por acción de una mano del color y la apariencia del ónice. La típica mano de todos los día que te imaginas destruyendo un par de paredes de hormigón sin demasiado esfuerzo.

A la mano le siguió un gigantesco pie embutido en una bota de hierro negro. Instantes después cruzó el umbral la “persona” más grande que había visto en mi vida.


Gorad (pues supuse que ése era su nombre ya que de ninguna forma la fina voz de antes podía provenir de semejante monstruo) mediría fácilmente unos 3 metros. Su piel de ébano relucía como una temblorosa perla negra cuando la luz de los candiles se reflejaba en las cadenas, y sus ojos, completamente blancos (y digo completamente) parecían ver más allá del monolito de piedra en que me hallaba empalado. Era una mirada que analizaba el contenido de mi cabeza con la suavidad y el tacto de una bola de demolición.


Tragué saliva. Bueno, lo intenté.


Gorad se paró ante mis ojos, a medio metro escaso y, cuidadosamente (para mi sorpresa) separó la lanza del altar circular. Con menos cuidado se la echó al hombro (conmigo aún atravesado cual pinchito moruno) y cruzó la sala hacia la habitación de la cortina. Los abalorios golpearon mi nuca mientras cruzamos el umbral, y el fuerte olor del incienso sacudió mis fosas nasales justo al entrar. Gorad me sujetó por las axilas (con una sola mano) y, sin ningun tipo de expresión, arrancó de cuajo de mi pecho mi dorada y puntiaguda compañera.

Grité... y mientras lo hacía me di cuenta de que el humo del incienso se concentraba en el agujero que había dejado la lanza, arremolinándose como un enjambre de insectos sobre un cadáver. Cuando se dispersó también lo hicieron el dolor y todo rastro de la herida. Estaban poniendo a prueba mi capacidad para sorprenderme, eso sin duda.


Gorad me dejó sobre un enorme cojín ribeteado, bastante más cómodo que el monolito de antes. Volvió a atravesar la cortina de amuletos con la lanza en la mano. En ese momento me giré para ver al dueño de la fría voz de antes.


La persona en cuestión se hallaba sentado sobre un cojín, al otro lado de una mesa llena de inciensarios que la envolvían en una espesa y dulzona neblina. Sólo podía atisbar la silueta de mi anfitrión a través del humo, cuando vi que una mano rompía la densa barrera que le separaba de la mesa y recogía una desapercibida taza de té. La mano volvió a refugiarse detrás de la cortina de humo, y después de escuchar un par de rápidos sorbos volvió a sonar la helada voz de antes, risueña:


-”Bienvenido a mi hogar detective. Mi nombre es Gaeleus...”


“Gaeleus Marksman”

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